Lo vi y corrí junto a él, a ver si me perdonaba. Lo agarré de la mano y me la soltó, además apartó su mirada. Me dolía mucho y a la vez le dije que tenía que hablar con él. Caminábamos juntos, yo quizás un poco más adelantada, y nos detuvimos frente a unas escaleras donde no había nadie.
Le pedí disculpas y me eché a llorar, no tenía claro cual fuera mi error pero sé que a él le doliera y eso conllevaba a que a mí me comiese por dentro. Me abrazó y dijo que aún estaba peor, yo aún lloraba más.
Ninguno de los dos sabía por qué lloraba el otro, fue algo extraño.
De repente empieza a llover y ambos estuvimos de acuerdo en resguardarnos en algún lugar cercano. Él se apoyó en un seat panda de color blanco y yo metro y medio alejada de él, sobre una pared de ladrillo.
Nos quedamos en silencio mirando hacia el suelo, el anillo que le había regalado estaba en su bolsillo derecho, húmedo, por el sudor de sus manos. Fueron los cinco minutos de silencio más largos y tensos de mi vida.
Minutos después, nada más alzar la vista, lo veo cogiendo el anillo, poniéndoselo y viniéndome a abrazar.
Lo mejor fue que nada más abrazarme sus labios rozaron con los míos en un beso de corta duración tras el que vendría un te quiero.